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Esencialmente humano

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Autorrecompensa

Es otra manera de autoexpresarte el afecto. La autorrecompema es el proceso por el cual nos autoadministramos estímulos positivos. Aunque parezca extraño, algo tan obvio y claro, intrínseco al ser humano, en nuestra cultura se vuelve confuso y enredado.

Irracionalmente, aceptamos convivir con co­sas que no queremos o nos disgustan, simplemente por­que nos sentimos culpables al salir de ellas. En mi propio clóset encuentro que la mitad de la ropa no me agrada, no me la pongo, pero la dejo colgada. Modificar esas pequeñas-grandes cosas ayuda a sentirse mejor.

El culto al ahorro nos hace almacenar cualquier cosa. Botellas, cables, clavos oxidados, recortes de perió­dicos, etc todo por si algún día......

En mis mudanzas tiro a la basura cajas de desperdicios que he venido guardan­do estúpidamente con mucho cuidado. Atesorar dema­siado lleva a como dice el refrán: "Vivir como pobres y tener un entierro de ricos". No estoy defendiendo el descuido y la irresponsabilidad en el manejo de los bie­nes personales. La idea tampoco es vivir algunos años en la opulencia y los otros en la miseria más espantosa.

El espíritu del ahorro es bueno si se hace con prudencia. Ahorrar no debe convertirse en un fin en sí mismo, sino en una actitud previsora. Tener por tener te ubica del lado de los avaros y gastar por gastar, del lado de los de­rrochadores.

Aunque pueda parecer simplista, si prefieres entregar tu dinero a las farmacias, a los psicólogos y médicos, no te des gustos.

Tú necesitas la autorrecompensa. Al igual que el autoelogio, ella fortalece tu autoestima y no permite el autocastigo, el automenosprecio y la insatisfacción. Evita que te vuelvas insensible a tus logros. Te enseña a autoexpresarte, a ser detallista con tu propia persona y explícito con el propio autorreconocimiento.Tú no eres menos importante que tus amigos o que las otras perso­nas.

Es inútil que intentes una postura de dureza e insensibilidad. Todos somos sensibles a las manifestacio­nes y automanifestaciones de afecto. Nadie es tan fuerte. La carencia del autorreíuerzo no te hará psicológica­mente más recio. No hay callos que puedan desarrollar­se frente a la necesidad innata de amarse.

La fortaleza no está en aceptar tus éxitos y tus logros de manera inque­brantable y estoica, negando que necesites alguna autorre­compensa. Cuando hayas hecho algo que valió la pena, o simplemente porque se te dio la gana, date gusto. Un acto de delicadeza para con tu persona.

Los autorrefuerzos materiales, como comida, ropa, joyas, etc., no son los únicos. Darte gusto implica la autoadministración de cualquier cosa que te haga sentir bien, y que obviamente no sea nocivo para tu salud. Hacer la actividad que te agrada, o dejar de hacer algo desagradable, es otra forma de premiarte. ¿Te premias? ¿Te das gusto?, ¿Cuánto tiempo a la semana estás conti­go? ¿Cuánto tiempo has dedicado en construir un espa­cio agradable a tu alrededor?

Disponer de varias formas de autorrecompensa es organizar un ambiente motivacional sano para tu sa­lud mental. El que sabe quererse deja su marca en todas las cosas. Su territorio está "diseñado" por él. No es un cúmulo de cosas pues­tas por una decoradora porque están de moda.

Ser ar­quitecto de su propio ambiente es uno de los lujos que aún se nos permite y que no aprovecharnos.

Revisa al­gunos aspectos de tu ambiente e intenta remodelarlo en fin, pregúntate si lo que ha construido a tu alrededor contribuye a tu felicidad o tu entierro en vida. Muchos dirán que no es fácil, que el siglo veinte nos lleva demasiado rápido, con estrés y consumismo. Pues con más tazón debernos "refugiarnos’ en un estilo de vida donde compensemos la adrenalina y generemos inmunidad. La autorrecompensa ayuda a este fin.

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¿Qué hacer para generar la sana costumbre de autoelogiarse? En primer lugar, debes conectarte a un procesamiento controlado, es decir, hacerte consciente de tu diálogo interno y de lo que te dices cuando has alcanzado un logro. Puedes descubrir que no te dices nada (el éxito pasó desapercibido) o te autocastigas (el éxito ha sido insuficiente para las aspiraciones que po­sees). "Lo debería haber hecho mejor".

El siguiente método te ayudará a adquirir la sana costumbre de autoelogiarte:

El primer paso consiste en hacerte consciente de cómo te tratas y de lo que te dices a ti mismo. Esto se logra llevando un registro detallado duran­te una o dos semanas, donde figure el comporta­miento susceptible de autoelogio y lo que te dices después de realizarlo.

El segundo paso es estar pendiente, ya sin ano­tar, de cuándo haces algo bien hecho para autoelogiarte. En las etapas iniciales, el autoelogio debe ser en voz baja(a solas) para que te puedas escuchar:"¡Eso estuvo bien!","¡Genial!", etc.

El tercer paso consiste en autoadministrarte el autoelogio en voz baja, hasta que se convierta en pensamiento.

El cuarto paso es ensayarlo bastante, para que a través de la práctica se afiance y se vuelva automá­tico, como manejar un carro o escribir a máquina.

En resumen, posees la capacidad innata de ha­blarte a ti mismo y de comprenderte.

Este diálogo encu­bierto, al cual sólo tú puedes acceder, tiene una enorme influencia sobre tu manera de actuar y sentir. Estas autoverbalizaciones tienen el poder de hacerte sentir bien (por medio del halago, el elogio y el trato respetuoso) o mal (el castigo, la burla, el menosprecio y el irrespeto). Si te dices: "Tengo capacidades y por lo tanto debo confiar en mí", te estás autoelogiando. Si te dices: "Soy el ser más ridículo del mundo", te estás irrespetando y tratan­do mal. Si el autoelogio sigue a un comportamiento positivo, este comportamiento se fortalecerá y tendrá mayor probabilidad de repetirse en el futuro. El autoelogio es un arma poderosa que debes cuidar y no usar indis­criminadamente.

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                  Una de las características más determinantes y distintivas de los humanos es sin lugar la capa­cidad de reflexionar y pensar sobre uno mismo.

Evoluti­vamente, los animales no han alcanzado aún este estadio de conocimiento. De ser así, probablemente habría va­cas deprimidas, hipopótamos suicidas y jirafas con pro­blemas existenciales.

El diálogo interno comienza en la infancia y se desarrolla en la adolescencia. Alrededor de los cinco años, los niños estructuran e internalizan lo que los au­tores han llamado "lenguaje interno". Este lenguaje, a medida que el niño crece, va ejerciendo cada vez más dominio sobre los estados emocionales y la conducta, permitiendo su control o liberación, dependiendo de las necesidades del sujeto. No cabe duda de que el pensa­miento determina en gran parte, no totalmente, la for­ma de comportarnos y de sentir.

Si te recrimi­nas tu manera de actuar, si te dices a ti mismo que el mundo es un asco y el futuro una porquería, obviamen­te no te agradará esta vida, ni probablemente la otra.

El autoelogio es una manera de hablarte po­sitivamente. Es una forma de contemplarte y de recono­cer tus actuaciones adecuadas. La autoestimulación puede ser más poderosa en sus efectos que la felicitación o el elogio que viene de afuera. Permite el fortaleci­miento de la autoestima, genera buenos hábitos de hi­giene mental y, lo más importante, ayuda a que la con­ducta autoelogiada se siga dando en el futuro.

Debido a la absurda costumbre cultural de ver el autocastigo y la autocrítica de los comportamientos negativos como una mejor vía de aprendizaje que el autorreforzar las conductas positivas, se ha desarrollado el vicio de focalizarse en lo malo. Si lo único que ves son tus comportamientos incorrectos, el autoelogio será ina­plicable. Parecería que la sociedad considerara el autoelo­gio como dañino, inútil o superfluo: el ego no debe ali­mentarse mucho y el deber no necesita felicitaciones.

¿De dónde provienen estas absurdas e irracio­nales ideas?

El amor dirigido a uno mismo es visto como "egolatría" y el amor dirigi­do a otros, como "altruismo". Sin embargo, el quererse también puede ser visto como amor propio y como un acto de dignidad.

Las "razones" a las cuales se apela para negar el autoelogio son vanas.

Señalaré las más comunes:

a. "No soy merecedor"o "no fue gran cosa". Típico de las personas que ven la modestia o la subestimación de los logros personales como un acto de entrega y humildad, En realidad, es un acto de hipocresía en la gran mayoría de los casos. Subestimar tus logros y tu desempeño, siendo en realidad buenos, es una señal de que tu salud mental empezó a flaquear. Siempre eres merecedor de tus propias felicitaciones.

b. "Era mi deber"o "era mi obligación". Esta actitud mili­tarista, típica del más obsecuente recluta, no le sirve a tu autoestima. ¿Llevaste a cabo bien tu deber? ¡Feli­cítate! ¡Regálate un "muy bien"! Tu principal deber es para contigo. ¡Date un abrazo! Si tu diálogo interno es el de la obligación absoluta, no te sentirás con el derecho de elogiarte.

c. "Autoelogiarse" es de mal gusto. Si lo haces en tu fuero interno, simplemente nadie se dará cuenta. El buen gusto comienza por casa. Autoelogiarse es una nece­sidad. Si no alimentas tu autoestima, tu ego será ané­mico y raquítico. El autoelogio, por defini­ción, es un acto que realizas a solas, de manera encu­bierta, sin espectadores de ninguna índole. El amor nunca es de mal gusto. El castigo sí.

La autoexpresión de sentimientos positivos nos hace sentir bien, sencillamente porque es agradable el buen trato.

¿Qué hacer para generar la sana costumbre de autoelogiarse? En primer lugar, debes conectarte a un procesamiento controlado, es decir, hacerte consciente de tu diálogo interno y de lo que te dices cuando has alcanzado un logro. Puedes descubrir que no te dices nada (el éxito pasó desapercibido) o te autocastigas (el éxito ha sido insuficiente para las aspiraciones que po­sees): "Lo debería haber hecho mejor". Recuerdo que a los 20 años, mi nivel de autoexigencia en cuestiones aca­démicas llegaba a límites absurdos. En esa época estudia­ba ingeniería electrónica, una carrera que dejé en quin­to año cuando decidí ser sincero conmigo mismo. Lo importante es que, pese a la poca vocación por los cables y los chips, si mis notas bajaban de nueve o diez, me deprimía profundamente. Mientras mis compañeros festejaban un siete en álgebra, yo me castigaba (verbalmente) por un ocho. La insatisfacción frente a mi propio rendimiento no daba cabida al autoelogio. Desde mi óptica rígida, era absurdo que un seis o un siete mere­cieran tanto alboroto. Hoy he aprendido que mientras no sea perjudicial, dañino o peligroso para mí u otros, puedo felici­tarme por lo que quiera: cada uno Jija sus estándares. Mi exce­siva autoexigencia era perjudicial para mi salud mental:

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Curiosamente, el permiso para sentir que nos da la cultura está ligada al rol sexual que marcan los este­reotipos sociales. Si un hombre llora es visto como "dé­bil"; si lo hace una mujer, es "sentimental, tierna y ma­ternal". No es muy mal visto que un hombre manifieste una atracción sexual hacia el sexo opuesto y goce por ello. Pero si la mujer disfruta "demasiado", no sólo es socialmente rechazada como alguien inmoral, sino que se ha inventado una enfermedad exclusiva para ellas lla­mada ninfomanía. En los manuales de psiquiatría no exis­te la contraparte masculina, no hay ninfo manos.

El sistema educativo colabora bastante en la cruzada contra la capacidad de sentir intensamente: "Cuidado, hijo mío, ten las emociones bajo control. No sueltes las riendas o se desbocarán y te llevarán, irreme­diablemente, al descontrol y al libertinaje". Si bien la intención puede ser buena, también es importante enseñarles a nuestros hijos a no ser personas encapsuladas. Es tan malo el descontrol desenfrenado como el control excesivo.

Puedes dejarte llevar sin límites cuando haces el amor (aullar si se te ocurre), puedes volar con tu música preferida hasta las cinco de la mañana, llorar frente a La Piedad, gritar en una película de terror, darle una patada al carro porque se varó por quinta vez, abrazar tres veces a un amigo, decirle setenta veces "te quiero" a la mujer que amas, aplaudir a rabiar Concierto para piano .Vn. 1, sentir nostalgia frente a la foto de un familiar que se ha ido para siempre, o reírte a carcajadas y estruen­dosamente cuando ves a Chaplin. Puedes sentir lo que se te la gana, ¿ no violas los derechos de las otras personas, si no te hace daño y si eso te hace feliz, aunque a ciertos constipados emocionales no les agrade. Lo único que te separa de las máquinas es la capacidad de sentir: duélale a quien le duela.

Si realmente es fuente de sufrimiento y malestar, se debe dejar salir para proceder a eliminarlo. "Sentir" no es la actitud masoquista de re­signarse a aceptar aquellas emociones que te perjudican. "Sentir", como aquí está planteado, es una manera de investigar y explorar qué te gusta y qué no. Es la condi­ción sine qua non para descubrir maneras de quererte a ti mismo.

No les pongas tantos requisitos a tus emociones para aceptarlas. Ellas son parte de ti. Sentir es tu condición de ser vivo. Si las niegas o les temes, estarás perdiendo no sólo la capacidad de amarte a ti mismo sino de amar a otros. Aprende a convivir con ellas. Elige las que te convengan y desecha las que no te gusten. Tienes derecho a esta elección.

Resumiendo orientarse sanamente al disfrute y al placer es el terreno más fértil para que prospere la capacidad de quererse a uno mismo. Un espíritu desinhibido y sin restricciones emocionales in­dudablemente favorecerá el desarrollo de una sensibili­dad aguda y perceptiva, la cual a su vez mejorará la comu­nicación afectiva y la comprensión de los estados internos.

1. Saca tiempo para el disfrute

La vida no se ha hecho sólo para trabajar. Se tra­baja para vivir, no lo contrario.

2. Decide vivir hedonistamente

Acepta que la búsqueda del placer es una condi­ción del ser humano. Forma parte de ti como algo natural. No es algo malo y sucio, primitivo y sórdido. Ser hedonista no es promulgar la vagancia, la irres­ponsabilidad o los vicios que atenten contra tu salud. Es vivir intensamente y ejercer el derecho a sentirte bien.

Si potencias tus experiencias placen­teras, se abrirán nuevos horizontes y te harás inmune a la peor de las enfermedades: el aburrimiento.Tienes un talento innato para vivir "bien", no lo desaprove­ches.

3. Explora, busca, indaga

Una vez que decidas darle más importancia al principio del placer, debes comenzar a trabajar para sentirte bien. Tu principal arma es la exploración. No esperes a estar "totalmente seguro" para ensayar cosas nuevas.

4. No racionalices tanto las emociones agradables

La idea no es negar la importancia del pensamiento. De hecho, tu manera de pensar tiene influencia so­bre el tono afectivo (agradabilidad o desagradabilidad) de tus sentimientos. El problema es que si in­tentas "explicarte" y comprender permanentemente los sentimientos, los obstruyes irremediablemente.

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Nuestra cul­tura, por puro aprendizaje social, privilegia la razón so­bre la emoción, es decir, que el cerebro más joven y evolucionado ejerza control sobre el más antiguo. Esto ha sido un avance evolutivo importante en la adapta­ción de nuestra especie, ya que algunas emociones potencialmente peligrosas, como por ejemplo la ira, han sido reprimidas de manera considerable. Sin embargo, el costo que hemos pagado por esta política de economía emocional ha sido el subyugamiento de la emoción a la razón. Hemos generado la insana costumbre de pensar demasiado sobre lo que sentimos, aunque el sentimien­to sea positivo. El tratar de buscar explicaciones "lógicas" a nuestro afecto a veces nos coloca en callejones sin salida y nos perturba. En estos casos, los "porqués" deberían ser reemplazos por los "qué" (qué siento) y los "cómo" (cómo me siento).

Obviamente, la premisa no es, de ninguna manera, dejar de pensar y convertirte en un ser visceral para el resto de la vida. Sería peor el remedio que la misma enferme­dad. Inclinar la balanza a favor del afecto positivo, bus­cando nivelar lo emocional y lo racional, no significa eliminar la razón, sino colocar el afecto en el sitio que se merece. La premisa de Pascal cuando decía: "Dos exce­sos: excluir la razón, no admitir más que la razón", es una sugerencia que hay que tener en cuenta.

Simplemente no es adaptativo, funcional, pla­centero, agradable ni relajante preguntarte compulsiva e innecesariamente el porqué de todos los sentimientos positivos. Dejar fluir y sentir es incompatible con la ma­nía de autoanalizarse todo el tiempo. Algunos sujetos me recuerdan al Sr. Spock de la famosa serie televisiva Viaje a las Estrellas: rígidos, hipercontrolados, normati­vos, autoexigentes, perfeccionistas, inteligentes, fríos y desconectados de cualquier tipo de sentimientos. El mí­nimo esbozo de emoción es descartado por improduc­tivo, o se reflexiona exageradamente sobre él, tratando de argumentar, resolver y explicar el "porqué" del ines­perado desliz emocional. El sentimiento positivo, si no es perjudicial para ti o para otros, no necesita explicaciones. La gran mayoría de las reacciones afectivas agradables esca­pan a la razón, son difíciles de verbalizar y de explicar; sólo hay que sentirlas. Desconecta la corteza cerebral de tus sentimientos placenteros de vez en cuando, déjate llevar por tus preferencias y preocúpate más por sentir que por compren­der los eventos que te hacen feliz. Parafraseando a Tagore: "Un entendimiento sólo nutrido de lógica es como la hoja de un cuchillo sin mango, que hiere la mano de su dueño".

Otra causa de la insensibilidad, distinta a los "porqués" y a la racionalización computacional, es la creencia de que "no debemos dejarnos llevar por las emo­ciones ni perder el control, ya que es de mal gusto mos­trar el lado flaco". Esta creencia, de mucho arraigo en nuestra cultura, conlleva a ver la expresión de emocio­nes como una debilidad y el control de las mismas como un indicador de valentía y fortaleza. Nada más ridículo. No llorar, gritar, ofuscarse, "saltar de la alegría" o reírse a carcajadas de vez en cuando es estar muerto. El "no sa­lirse de su punto" por ninguna razón es la virtud de los inseguros que temen hacer el ridículo o que la emoción se les salga de las manos.

La idea de inhibir las emociones a toda costa, ya sea por miedo a sentir o por miedo al qué dirán, se vuelve una costumbre que con el tiempo lleva a la anestesia.Muchas personas se "olvidaron de sentir" por haberse enviciado al control. Si han tomado al pie de la letra la consigna "excederse es malo y típico de personas ordinarias", pondrán un dique de contención al afecto, y las supuestas ventajas de la moderación y la cordura se devolverán como un bumerang. Es común oír hablar maravillas de la entereza de ciertas viudas o viudos "por no derramar una sola lágrima". Un duelo mal elabora­do, un futuro paciente. La represión del sentimiento puede llegar hasta tal punto que el sujeto realmente cree no estar sintiendo nada. Aquí cabe el dicho: "La procesión va por dentro".

Como resultado obvio, no estoy promulgan­do la impulsividad ciega e histérica de hablar duro, llorar a toda hora y reírse por nada. Lo que no comparto es la absurda idea de que la expresión franca y honesta de los sentimientos es "primitiva", poco civilizada, impropia e inconveniente. ¿Impropia para quién? ¿Inconveniente para quién? Sentir, en el amplio sentido de la palabra, no es una enfermedad frente a la cual hay que crear inmu­nidad: es salud física y mental.

Pildoras--continuación

El amor se exterioriza hacia afuera con con­ductas. Si no expreso el sentimiento positivo y hago lo arriba mencionado, el amor se vuelve algo inconcluso, trunco y descolorido. De manera similar, el amor a uno mismo debe expresarse con comportamientos tangibles, aunque la cultura los vea mal.Promulgamos el amor al prójimo a los cuatro vientos, repudiamos la agresión y el maltrato a otros, pero se nos permite, y hasta es bien visto, que regateemos, economicemos y midamos las autoexpresiones de afec­to. ¿Por qué debemos ser miserables con nosotros mis­mos? ¿Cuántas veces nos autoelogiamos, nos damos gustos y nos contemplamos? El trabajo es sagrado y nuestro tiempo libre no.Debemos, disponer de tiempo para los hijos, la pareja, los padres, pero no se nos ocurre utilizar algunas horas en beneficio propio. Pensamos que el tiempo mejor aprovechado es el destinado a producir bienes materiales o dinero. No nos interesa producir salud mental.El miedo a caer en el ocio ha desarrollado un patrón de conducta híperactivo. Así, dedicarse a uno es sinónimo de vagancia o "buena vida". Si pensamos de este modo.jamás disfrutaremos de amarnos, ya que siem­pre podríamos estar haciendo algo "más productivo". Es un acto de irresponsabilidad no dedicar tiempo a ti mismo.Quererse a sí mismo, en principio, no debería ser distinto a querer a otros. Cuando amamos a alguien, intentamos hacérselo saber con actos dirigidos a pro­ducirle bienestar y satisfacción. De manera similar, de­bes demostrarte a ti mismo que te quieres con actos dirigidos a producir autobienestar y autosatisfacción.Es absurdo que algo tan obvio no se cumpla. Casi siempre ocupamos el último lugar en nuestra capa­cidad de expresión de afecto.El costo será la insensibilidad. El estar con el freno de emergencia puesto las veinticuatro horas, viendo si es prudente, ade­cuado, conveniente o no, puede llevarte al letargo afec­tivo y a la indiferencia absoluta. Perderás la capacidad de vibrar y de emocionarte. Crearás una coraza y te acos­tumbrarás a lo rutinario.La vida cotidiana en la cultura industrializada no ofrece demasiadas oportunidades de disfrute. Nos anestesia. Si dejamos de autoadministrarnos una dosis de gratificación, nadie lo hará. El autocontrol no es, de ninguna manera, sinónimo de responsabilidad. Muchas personas se sienten irresponsables si se exceden o "caen" en ciertas tentaciones, como por ejemplo escaparse del trabajo un rato antes. La idea rígida del cumplimiento y el deber para con los otros nos ha hecho olvidar el com­promiso que hemos contraído con nosotros mismos al llegar a este mundo: crecer como personas.Y es imposi­ble crecer si no nos queremos a nosotros mismos. No controles todos tus "antojos".Tírate una canita al aire. Quítate el freno y date gusto. El mejor antídoto contra el malestar psi­cológico es el autorrejuerzo.Desgraciadamente, tal como he venido dicien­do, no nos autoexpresamos afecto de manera sistemática y consistente.

Nota: recuerden que estoy haciendo un resumen del libro "aprendiendo a quererse a si mismo" de Walter Riso

Pildoras de mis lecturas

 

Lo importante, entonces, no es ser bello, sino gustarse a sí mismo. Para lograrlo no es conveniente utilizar criterios rígidos y estrictos.

Las propagandas tienen por objetivo mostrarte cuánto te alejas de la belleza "perfecta". Ellas te ofrecen un producto para alcanzar ese ideal. Si aceptas pasiva­mente ese modelo de belleza, terminarás pensando que eres horrible.. Sin embargo, no todo lo que se muestra y dice en publicidad es necesariamente exagerado o falso. Por ejemplo, es verdad que la belleza tradicional facilita la consecución de algunos objetivos y abre determina­das puertas. Pero de ninguna manera es imprescindible, fundamental y determinante para la gran mayoría de las metas.

Lo correcto sería destacar las cosas que real­mente te agradan de ti mismo y no lo que las convenciones establecen como adecuadas, lo que realmente te gusta, aunque no coincida con la "onda" general.

El peligro son los criterios absurdos e irracionales del buen gusto y la belleza. Si los aceptas como una necesidad vital, serás esclavo de ellos.Tu po­der de decisión quedará resumido a una revista de mo­das, a lo que la decoradora diga y lo que "se usa" o "no se usa". En cuestión de gustos no hay errores. Tienes el derecho a elegir lo que te plazca y lo que quieras. Inclusive gustar de ti mismo, aunque no seas aceptado por los estilistas, la moda y las decoradoras.

Tu cuerpo y el modo en que lo cubras debe gustarte primero a ti. Quienes entren en tu territorio lo harán porque "gustan de tu gusto" y no porque admiran qué tan actualizada o actualizado estás en cuestiones es­téticas.Vístete, píntate, adelgaza, pero para halagarte, no para halagar.

Recapitulemos lo dicho hasta aquí. La auto-imagen es aprendida a través de nuestras experiencias con el ambiente inmediato (amigos, novios, familia, etc.) y del aprendizaje social que hacemos de los medios de comunicación. Por lo general, los niveles de atracción o rechazo, es decir nuestras predilecciones de lo agradable o desagradable, son procesados inconscientemente y en un ámbito puramente afectivo. Cuando el gusto va diri­gido hacia uno mismo, nos detallamos demasiado y la atención se orienta a los defectos. Utilizamos una lupa más potente que cuando nos dirigimos a los otros. Esta autocrítica es cruel e inclemente debido al patrón de medida ideal e irracional que muy amablemente nos ofrecen los vendedores de belleza.

A veces ese ideal perfeccionista de la belleza produce estragos psicológicos.

La creencia de perfección absoluta la absorbe hasta el extremo de castigarse por no ser perfecta.

Muchas personas poseen el vicio de darle más importancia a lo que les falta que a lo que tienen. Sólo lo valoramos cuando lo perdemos. Desgraciadamente suele ser tarde.

Mejorando la autoimagen

Para salvaguardar tu autoimagen o rescatar­la, si es del caso, debes tener en cuenta los siguientes aspectos:

1. Trata de definir tus propios criterios de lo que es bello o estético

Trata de ser una persona es­pontánea y auténtica cuando elijas. Lo atractivo para ti es una elección que solo tú puedes hacer. Arréglate para ti y no para otros.

2. Descarta la perfección física y los criterios estrictos

No hay un absoluto. Hay niveles de atracción. Hay gorditos atractivos, delgados insípidos, y viceversa. Hay bajitas sensuales, espigadas insulsas, y viceversa. La idea de la perfección sólo te llevará a focalizar la atención en tus defectos y a olvidar tus encantos.

3. Descubre y destaca las cosas que te gustan de ti

Siéntete orgulloso y feliz de tus atributos físicos. No importa si son muchos o pocos, eres afortuna­do por lo que tienes. No escondas las cosas que te agradan de ti:

4. Tu autoimagen se transmite a otros

Si te sientes una persona poco interesante y atracti­va, darás esa imagen a los demás. La gente te tratará como inadecuada y te hundirás cada vez más en una autoimagen oscura y triste. Rompe el círculo vicioso. En cierta manera, la belleza es una actitud. Los famosos "feos" o "feas-atractivas" son el resul­tado de una actitud positiva hacia sí mismos. Si te autocompadeces, te compadecerán. Si te tienes lás­tima, inspirarás pesar. Si te ves a ti mismo como desagradable, te rechazarán. La mejor manera de romper el círculo negativo es gustarte. Si te sientes irresistible y atrayente, no cabe duda, serás una per­sona bella. Prueba a jugar el papel de alguien sin complejos, a ver cómo te sientes. Como un ensayo de conducta, siéntete irresistible con las demás per­sonas e intenta comportarte en esa dirección. El círculo comenzará a quebrantarse.

5. El aspecto físico es sólo uno de los componentes de tu autoimagen

Ser bien parecido es uno de los tantos requisitos de ser atractivo. No es el único. Ni siquiera el más importante de la atracción interpersonaL. Tu estruc­tura molecular (aspecto físico) no garantiza todo. Las personas, además de "lindas" o "feas", pueden ser cálidas, amables, inteligentes, tiernas, seductoras, sensuales, interesantes, educadas, alegres, afectuosas.

Tienes muchas opciones para "gustarte". No digo que descuides tu físico, sino que lo ubiques en el lugar que le corresponde. Pregúntate qué más tie­nes fuera de huesos y piel.

6. No importa qué seas y corno seas.

Si realmente te agradas y gustas, siempre encontrarás alguien que guste de ti.

El autodesagrado inmoviliza. Las personas que no se gustan anticipan el rechazo y evitan la gente Muestran miedo a la evaluación negativa y ansie­dad social. Viven con un alto nivel de frustración por considerar casi imposible que alguien se sienta atraído por ellas. No intentan la coquetería y la se­ducción, porque se consideran ridículas en ese plan. Nunca dan el primer paso, y si alguien se acerca, lo ahuyentan con sus inseguridades y prevenciones. Gustarse es abrirlos horizontes afectivos.Es arries­garse y aumentar las probabilidades de conocer gen­te.

Pildoras - Autoimagen

Las sociedades se han caracterizado por san­cionar la "fealdad". Las personas somos crueles con aquéllas que reúnen las características de feas. Es común ver cómo los niños se burlan de los "gordos", los "baji­tos", los "altos", los "narigones", los muy "flacos", etc. El aspecto que adopta la estructura molecular de nuestro cuerpo es fuente de atracción o repulsión.

El juicio estético que la cultura da a la apa­riencia física tiene enormes consecuencias para nuestro futuro. Las opiniones, cualesquiera sean ellas, se ven afectadas por el grado de atractibilidad del obser­vado. Dicho de otra forma, los juicios hacia las personas hermosas son más benignos.

No hay un criterio universal de belleza. El patrón ideal de lo que es hermoso se aprende a través de las experiencias personales y sociales del entorno inme­diato. La propia imagen corporal se forma por la in­fluencia de dos fuentes de datos: el ambiente social y los medios de comunicación.

El grupo de referencia y las relaciones que establecemos con las personas son determinantes. Si el grupo que conforma el núcleo familiar considera la be­lleza física como un valor y el niño no reúne las caracte­rísticas esperables de "lindo", no será aceptado incondicionalmente: "Algún defecto tenía que tener". Los niños oyen y ven más de lo que creemos. Así, nos vamos con­venciendo de que somos la versión humana del patito feo. Las familias que hacen de la belleza un don apreciable y fundamental, no sólo crean en el niño la necesidad de ser hermoso, sino que inculcan estándares e ideales inalcanzables de belleza física.

La insatisfacción frente a la propia apariencia física también depende de otra comparación social, concursos de belleza. El tener amigos demasiado atracti­vos puede ser un verdadero dolor de cabeza.

Otro factor que define notoriamente la auto-imagen es el éxito alcanzado con el sexo opuesto. Aunque la belleza física no garantiza necesariamen­te el éxito en la conquista, allana la mitad del camino. Los adolescentes que fracasan en conseguir pareja gene­ran problemas de autoimagen en un gran porcentaje de casos.

Una de las causas más terribles y devastadoras de la pérdida de autoimagen es la burla. En la’ temprana infancia, cuando los niños son cruelmente sinceros, co­mienzan a gestarse los llamados complejos. Por alguna extraña razón, los apodos y los sobrenombres siempre dan donde más duele. Usar gafas es una verdadera tortu­ra china. Ser gordo, cabezón, narigón, bizco, etc., no pasa desapercibido para los demás niños. Los defectos son detectados inmediatamente y señalados sin piedad. Y aunque se produzca una metamorfosis positiva con los años, es decir, que el defecto desaparezca, la burla deja sus huellas.

A medida que crecemos y aprendemos lo "lindo" y lo "feo", ya no necesitamos que se nos diga, basta con mirarnos al espejo. Iniciamos, sobre todo en la preadolescencia y en la adolescencia, una revisión detallada y crítica de lo que somos físicamente. Pero no lo hacemos con cuidado, somos feroces y desalmados con nosotros mismos. Criticamos nuestro color de piel, el cabello, los dientes, los ojos, las piernas, los dedos, etc. Ya no necesitamos jueces externos, hemos aprendi­do a criticar la propia apariencia física con el metro implacable de la "perfección". Es increíble la habilidad de algunas personas para detectarse defectos, barritos, arrugas, espinillas, veinte gramos de más o cualquier problema similar. No estoy criticando el cuidado o el arreglo personal, sino la preocupación obsesiva por ser "bello" siempre y a toda hora.

Si la autoafirmación personal gira alrededor de la belleza física, esto no sólo indica una pobre vida interior, sino una muerte prematura. La necesidad im­periosa de mantener la juventud y la belleza a toda cos­ta, y no entender el "encanto" de las distintas edades, lleva indefectiblemente a la depresión. Muchas personas no se conforman con ser atractivas a sus treinta o cua­renta años, sino que añoran los dieciocho, de cintura pequeña, piel tersa y carne firme. No aceptan el paso de los años. Angustiosamente se comparan con los jóvenes y se disfrazan de adolescentes, perdiendo su verdadera capacidad de seducción.

Resumiendo, el ambiente inmediato en el cual crecernos y las experiencias que en él tenemos sobre nuestra apariencia física determinan el grado de auto-aceptación. Los diversos episodios de contacto con otras personas, y más tarde la propia comparación, son alma­cenadas en la memoria en forma de autoimagen.

Todo este ir y venir, lo que nos dice qué so­mos y cómo somos, nuestros éxitos y fracasos con el sexo opuesto, las influencias del medio familiar y cómo nos vemos, está inmerso en un contexto mayor y bajo la influencia manipuladora de los medios de comunica­ción.

Es muy común reírse ante las fotos de la juven­tud, de las patillas tipo Elvis Presley o del pelo largo de los Beatles. La belleza es algo relativo a la época y al lugar. Nadie es dueño de la verdad. Se nos inculca y enseña qué cosa debe ser considerada "bella" o "fea", pero de ninguna manera es una verdad absoluta.

Esto significa que puedes decidir tu propio concepto de lo bello. Es difícil pero vale la pena inten­tarlo. Así como vestirse bien no implica seguir dócil­mente la moda, para gustarte a ti mismo no tienes que utilizar los criterios que venden los medios de comuni­cación. No hay razones teóricas y científicas para sentirte estéticamente agradable. Los requisitos so­bre tus preferencias son básicamente afectivos.

Como en el amor, el sentimiento de atracción es total, no verbalizable, auto­mático e inexplicable. Muchas veces conocernos a una persona que "nos gusta" y no podemos explicar exacta­mente qué nos atrae. Más aun, a veces nos gustan perso­nas que van en contra de todas nuestras exigencias esté­ticas. He conocido gente racista enamorada de gente de color, comunistas enamorados de burguesas y maquilla-dores enamorados de mujeres con un cutis que no tiene arreglo. No sólo hablo del amor, que suele ser ciego, sino de sentirnos atraídos físicamente por personas que conscientemente consideramos poco atractivas.

Cuando se trata de uno mismo, le echamos demasiada cabeza al asunto. Nos comparamos con un ideal publicitario y con criterios ajenos a los propios. Podemos sentirnos atraídos por una persona que no sea bella, pero si se trata de la propia autoimagen somos implacables.