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Esencialmente humano

Pildoras - Autoimagen

Las sociedades se han caracterizado por san­cionar la "fealdad". Las personas somos crueles con aquéllas que reúnen las características de feas. Es común ver cómo los niños se burlan de los "gordos", los "baji­tos", los "altos", los "narigones", los muy "flacos", etc. El aspecto que adopta la estructura molecular de nuestro cuerpo es fuente de atracción o repulsión.

El juicio estético que la cultura da a la apa­riencia física tiene enormes consecuencias para nuestro futuro. Las opiniones, cualesquiera sean ellas, se ven afectadas por el grado de atractibilidad del obser­vado. Dicho de otra forma, los juicios hacia las personas hermosas son más benignos.

No hay un criterio universal de belleza. El patrón ideal de lo que es hermoso se aprende a través de las experiencias personales y sociales del entorno inme­diato. La propia imagen corporal se forma por la in­fluencia de dos fuentes de datos: el ambiente social y los medios de comunicación.

El grupo de referencia y las relaciones que establecemos con las personas son determinantes. Si el grupo que conforma el núcleo familiar considera la be­lleza física como un valor y el niño no reúne las caracte­rísticas esperables de "lindo", no será aceptado incondicionalmente: "Algún defecto tenía que tener". Los niños oyen y ven más de lo que creemos. Así, nos vamos con­venciendo de que somos la versión humana del patito feo. Las familias que hacen de la belleza un don apreciable y fundamental, no sólo crean en el niño la necesidad de ser hermoso, sino que inculcan estándares e ideales inalcanzables de belleza física.

La insatisfacción frente a la propia apariencia física también depende de otra comparación social, concursos de belleza. El tener amigos demasiado atracti­vos puede ser un verdadero dolor de cabeza.

Otro factor que define notoriamente la auto-imagen es el éxito alcanzado con el sexo opuesto. Aunque la belleza física no garantiza necesariamen­te el éxito en la conquista, allana la mitad del camino. Los adolescentes que fracasan en conseguir pareja gene­ran problemas de autoimagen en un gran porcentaje de casos.

Una de las causas más terribles y devastadoras de la pérdida de autoimagen es la burla. En la’ temprana infancia, cuando los niños son cruelmente sinceros, co­mienzan a gestarse los llamados complejos. Por alguna extraña razón, los apodos y los sobrenombres siempre dan donde más duele. Usar gafas es una verdadera tortu­ra china. Ser gordo, cabezón, narigón, bizco, etc., no pasa desapercibido para los demás niños. Los defectos son detectados inmediatamente y señalados sin piedad. Y aunque se produzca una metamorfosis positiva con los años, es decir, que el defecto desaparezca, la burla deja sus huellas.

A medida que crecemos y aprendemos lo "lindo" y lo "feo", ya no necesitamos que se nos diga, basta con mirarnos al espejo. Iniciamos, sobre todo en la preadolescencia y en la adolescencia, una revisión detallada y crítica de lo que somos físicamente. Pero no lo hacemos con cuidado, somos feroces y desalmados con nosotros mismos. Criticamos nuestro color de piel, el cabello, los dientes, los ojos, las piernas, los dedos, etc. Ya no necesitamos jueces externos, hemos aprendi­do a criticar la propia apariencia física con el metro implacable de la "perfección". Es increíble la habilidad de algunas personas para detectarse defectos, barritos, arrugas, espinillas, veinte gramos de más o cualquier problema similar. No estoy criticando el cuidado o el arreglo personal, sino la preocupación obsesiva por ser "bello" siempre y a toda hora.

Si la autoafirmación personal gira alrededor de la belleza física, esto no sólo indica una pobre vida interior, sino una muerte prematura. La necesidad im­periosa de mantener la juventud y la belleza a toda cos­ta, y no entender el "encanto" de las distintas edades, lleva indefectiblemente a la depresión. Muchas personas no se conforman con ser atractivas a sus treinta o cua­renta años, sino que añoran los dieciocho, de cintura pequeña, piel tersa y carne firme. No aceptan el paso de los años. Angustiosamente se comparan con los jóvenes y se disfrazan de adolescentes, perdiendo su verdadera capacidad de seducción.

Resumiendo, el ambiente inmediato en el cual crecernos y las experiencias que en él tenemos sobre nuestra apariencia física determinan el grado de auto-aceptación. Los diversos episodios de contacto con otras personas, y más tarde la propia comparación, son alma­cenadas en la memoria en forma de autoimagen.

Todo este ir y venir, lo que nos dice qué so­mos y cómo somos, nuestros éxitos y fracasos con el sexo opuesto, las influencias del medio familiar y cómo nos vemos, está inmerso en un contexto mayor y bajo la influencia manipuladora de los medios de comunica­ción.

Es muy común reírse ante las fotos de la juven­tud, de las patillas tipo Elvis Presley o del pelo largo de los Beatles. La belleza es algo relativo a la época y al lugar. Nadie es dueño de la verdad. Se nos inculca y enseña qué cosa debe ser considerada "bella" o "fea", pero de ninguna manera es una verdad absoluta.

Esto significa que puedes decidir tu propio concepto de lo bello. Es difícil pero vale la pena inten­tarlo. Así como vestirse bien no implica seguir dócil­mente la moda, para gustarte a ti mismo no tienes que utilizar los criterios que venden los medios de comuni­cación. No hay razones teóricas y científicas para sentirte estéticamente agradable. Los requisitos so­bre tus preferencias son básicamente afectivos.

Como en el amor, el sentimiento de atracción es total, no verbalizable, auto­mático e inexplicable. Muchas veces conocernos a una persona que "nos gusta" y no podemos explicar exacta­mente qué nos atrae. Más aun, a veces nos gustan perso­nas que van en contra de todas nuestras exigencias esté­ticas. He conocido gente racista enamorada de gente de color, comunistas enamorados de burguesas y maquilla-dores enamorados de mujeres con un cutis que no tiene arreglo. No sólo hablo del amor, que suele ser ciego, sino de sentirnos atraídos físicamente por personas que conscientemente consideramos poco atractivas.

Cuando se trata de uno mismo, le echamos demasiada cabeza al asunto. Nos comparamos con un ideal publicitario y con criterios ajenos a los propios. Podemos sentirnos atraídos por una persona que no sea bella, pero si se trata de la propia autoimagen somos implacables.

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