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Esencialmente humano

Pildoras

Nuestra cul­tura, por puro aprendizaje social, privilegia la razón so­bre la emoción, es decir, que el cerebro más joven y evolucionado ejerza control sobre el más antiguo. Esto ha sido un avance evolutivo importante en la adapta­ción de nuestra especie, ya que algunas emociones potencialmente peligrosas, como por ejemplo la ira, han sido reprimidas de manera considerable. Sin embargo, el costo que hemos pagado por esta política de economía emocional ha sido el subyugamiento de la emoción a la razón. Hemos generado la insana costumbre de pensar demasiado sobre lo que sentimos, aunque el sentimien­to sea positivo. El tratar de buscar explicaciones "lógicas" a nuestro afecto a veces nos coloca en callejones sin salida y nos perturba. En estos casos, los "porqués" deberían ser reemplazos por los "qué" (qué siento) y los "cómo" (cómo me siento).

Obviamente, la premisa no es, de ninguna manera, dejar de pensar y convertirte en un ser visceral para el resto de la vida. Sería peor el remedio que la misma enferme­dad. Inclinar la balanza a favor del afecto positivo, bus­cando nivelar lo emocional y lo racional, no significa eliminar la razón, sino colocar el afecto en el sitio que se merece. La premisa de Pascal cuando decía: "Dos exce­sos: excluir la razón, no admitir más que la razón", es una sugerencia que hay que tener en cuenta.

Simplemente no es adaptativo, funcional, pla­centero, agradable ni relajante preguntarte compulsiva e innecesariamente el porqué de todos los sentimientos positivos. Dejar fluir y sentir es incompatible con la ma­nía de autoanalizarse todo el tiempo. Algunos sujetos me recuerdan al Sr. Spock de la famosa serie televisiva Viaje a las Estrellas: rígidos, hipercontrolados, normati­vos, autoexigentes, perfeccionistas, inteligentes, fríos y desconectados de cualquier tipo de sentimientos. El mí­nimo esbozo de emoción es descartado por improduc­tivo, o se reflexiona exageradamente sobre él, tratando de argumentar, resolver y explicar el "porqué" del ines­perado desliz emocional. El sentimiento positivo, si no es perjudicial para ti o para otros, no necesita explicaciones. La gran mayoría de las reacciones afectivas agradables esca­pan a la razón, son difíciles de verbalizar y de explicar; sólo hay que sentirlas. Desconecta la corteza cerebral de tus sentimientos placenteros de vez en cuando, déjate llevar por tus preferencias y preocúpate más por sentir que por compren­der los eventos que te hacen feliz. Parafraseando a Tagore: "Un entendimiento sólo nutrido de lógica es como la hoja de un cuchillo sin mango, que hiere la mano de su dueño".

Otra causa de la insensibilidad, distinta a los "porqués" y a la racionalización computacional, es la creencia de que "no debemos dejarnos llevar por las emo­ciones ni perder el control, ya que es de mal gusto mos­trar el lado flaco". Esta creencia, de mucho arraigo en nuestra cultura, conlleva a ver la expresión de emocio­nes como una debilidad y el control de las mismas como un indicador de valentía y fortaleza. Nada más ridículo. No llorar, gritar, ofuscarse, "saltar de la alegría" o reírse a carcajadas de vez en cuando es estar muerto. El "no sa­lirse de su punto" por ninguna razón es la virtud de los inseguros que temen hacer el ridículo o que la emoción se les salga de las manos.

La idea de inhibir las emociones a toda costa, ya sea por miedo a sentir o por miedo al qué dirán, se vuelve una costumbre que con el tiempo lleva a la anestesia.Muchas personas se "olvidaron de sentir" por haberse enviciado al control. Si han tomado al pie de la letra la consigna "excederse es malo y típico de personas ordinarias", pondrán un dique de contención al afecto, y las supuestas ventajas de la moderación y la cordura se devolverán como un bumerang. Es común oír hablar maravillas de la entereza de ciertas viudas o viudos "por no derramar una sola lágrima". Un duelo mal elabora­do, un futuro paciente. La represión del sentimiento puede llegar hasta tal punto que el sujeto realmente cree no estar sintiendo nada. Aquí cabe el dicho: "La procesión va por dentro".

Como resultado obvio, no estoy promulgan­do la impulsividad ciega e histérica de hablar duro, llorar a toda hora y reírse por nada. Lo que no comparto es la absurda idea de que la expresión franca y honesta de los sentimientos es "primitiva", poco civilizada, impropia e inconveniente. ¿Impropia para quién? ¿Inconveniente para quién? Sentir, en el amplio sentido de la palabra, no es una enfermedad frente a la cual hay que crear inmu­nidad: es salud física y mental.

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