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Esencialmente humano

Planeta Interno

Planeta Interno

El cuidado del Planeta Interno
por Rocío Incera

¿Qué es el Planeta Interno?

El Planeta Interno es todo lo que nos compone: nuestros órganos, tejidos, células y huesos. Nuestros fluidos y su dinámica.¡Bastaría entender cómo funciona la sangre y todas sus propiedades, así como sus funciones, para maravillarnos!

O saber que la molécula de ADN es la más activa del organismo. Diminuta, se encuentra encerrada en el núcleo de cada una de nuestras células, que se miden en micras, que tienen escalas nanométricas. Expresa o no expresa genes, comanda a cada una de las células madre y confiere cada una de las funciones de nuestro organismo. Entre el cerebro —con su sistema gliar, que conforma nuestra subjetividad en buena parte— y la macromolécula que comporta la historia de nuestra especie, tenemos bastante para contemplar ignorantes la espectacular complejidad de lo que no gobernamos conscientemente.

El planeta interno incluye nuestro complejo mundo emocional: nuestras pasiones, gustos, opiniones, "querencias" y disgustos. La subjetividad... tan relacionada con la mente —el cerebro— y su función: 100 mil millones de neuronas distribuidas y activas en apenas 2 kilos de masa. Nuestra caja maestra. Y 10 veces más de sustrato celular de glías, que rodean y fortalecen a cada una de las neuronas y su función. Nuestras redes internas.

Tiene que ver con nuestros sentimientos. Esos que discurren en el corazón. El altruismo, la bondad, el sentido de justicia, la grandeza, la generosidad. Dicen que Dios se comunica con nosotros a través de nuestros sentimientos. Ellos se originan también en el complejo cerebral, que alberga a una mayoría de glándulas que rigen nuestros sistemas.

Añadan ustedes al gran desconocido, al sabio, al insondable inconsciente. Tanto el personal como el colectivo. Nuestras memorias de vida, de vidas, de especie... ¡Y de alma!

Así de complejos somos. Dignos Hijos de Dios.

El Siglo XXI y sus imperativos

El ser humano lleva unos 10 mil años desde que comenzó propiamente a hacer cultura. Chinos y babilonios cuentan con las memorias más antiguas de su memoria escrita. Antes de lograr lenguajes cifrados y convencionales —de modo que todos pudieran acceder a lo que otro escribía— hubo tradición oral, y los lenguajes se reflejaron en tablillas, papiros, amates, sedas —por ejemplo— que tienen de 5 a 8 mil años.

Transformamos el mundo para atender necesidades reales e inventadas. Como humanos, aceptamos el reto de llevar agua a las ciudades, de transportarnos con creciente velocidad y comodidad. Unos inventaron motores. Otros escribieron contratos sociales. Unos acumularon riquezas y otros más apenas pudieron sobrevivir. Muchos murieron de hambre real y por ignorancia. Nuestro devenir histórico.

Hoy, el planeta sufre las consecuencias del humano y de su andar "a salto de mata", reto tras reto, carrera tras carrera, logro tras logro. Muchos paradigmas se conviertieron en una pesadilla... pero el ser humano difícilmente tuvo alternativas para resolverlos con calma, paciencia y previsión. Otros tantos se convirtieron en panaceas: basta pensar en una prensa que permitió la distribución masiva de aquellos libros, encerrados en iglesias y universidades desde la Edad Media.

Parece que el humano, de tanto correr, de tanto cansarse, de tanto resolver, mejorar, lograr, crear, destruir, inventar... no llegó demasiado lejos. Sí, con naves llegamos a los confines del sistema solar y podemos poner un pie en la luna. Sin embargo, en general, no somos felices. Y, desde luego, no hemos resuelto los asuntos que soñamos para todos: justicia social, equidad, solución a la pobreza y el hambre, salud, educación y cultura para todos. Una paradoja: mucho para pocos y poco para tantos.

Por ello, en el siglo XX comenzamos a hacerle caso a los dioses de las distintas religiones, a los profetas, a los santos y a algunos filósofos: ¡es necesario meternos dentro de nosotros mismos para encontrar la dicha! La felicidad no está afuera, está adentro. Dios reside en nosotros. El hastío de las filosofías modernas y posmodernas volcaron a las personas a movimientos mundiales para encontrar la espiritualidad, y decenas de miles nos pusimos a meditar, a orar... y a hacerlo de modo cotidiano, consistente; desde hoy y para siempre. Hasta la Eternidad. Hasta la Unidad: nuestra integración interna, nuestra integración con los otros y nuestro nexo con Dios. Unidad con Dios. Lo más importante: cuando el ser humano hizo sólo su voluntad, se hastió, se aburrió, se vació de sí mismo, de los otros y de Dios.

Así llegamos al Siglo XXI. Estudiosos de las Ciencias Sociales y Humanas, y científicos de las Ciencias de la Vida, insisten en que sólo sobrevivirán los grupos que sean amables, trabajadores, constructivos, pacíficos. Un mandato de este siglo es evitar reaccionar y actuar con conciencia. Cuidar de mí y también de los demás. Sólo así podremos construir la paz prometida en el milenio que apenas comienza...

¿Cómo conocernos?

En la vida misma. La vida entera es una maestra que nos muestra quiénes somos y cómo nos comportamos, pero no todos somos capaces de vernos desde fuera de nuestros propios límites. Decía Einstein cuando le preguntaron qué pensaba sobre algún tema de la época: "Pensar... lo que se dice pensar... sólo he pensado un par de veces en mi vida. El resto ha sido pura repetición de conductas triviales, cotidianas, de mis patrones habituales y conocidos... sólo he repetido lo que hago siempre".

El autoconocimiento es un proceso. No ocurre de la noche a la mañana, ni siquiera para las personas que han meditado y orado durante largos años. Tampoco —y a veces menos aún— para quienes siguen a algún gurú. Ese proceso sólo puede estar bien si seguimos nuestra ruta interna; la ruta que nos lleve a "Mí mismo": mis recuerdos, maestros, sentimientos, pasiones, disgustos y reacciones; grandezas, abismos, laberintos y entrañas.

Conocimiento y Conciencia, igual a Sabiduría Interna

Confianza y Fe, para seguir un camino guiado. Intuición y cuidado del modo como estamos de pie sobre la Tierra. Conocimiento de los avances probados de la ciencia, sin casarnos necesariamente con ellos, pues son falibles, pero están basados en la evidencia.

Más difícil vivir sin confianza y sin fe, sin serenidad y tolerancia. El fin del nuestra guerra interna —dicen los sabios a través de la historia—, es el fin de toda guerra externa. Autoconocimiento, autocomprensión, valoración. Amor por cada partícula de nuestro ser y límites a nosotros mismos según nuestra experiencia. ¿Qué nos funcionó bien? ¿Qué nos hizo sentir plenos y felices? ¿Qué no?

Salirnos de nuestra ínfima perspectiva personal y mirarnos desde fuera, con el fin de gobernarnos mejor respecto de nosotros mismos, de los otros y del planeta; recuperar nuestros talentos para ponerlos amorosamente en esta tierra... traer a Dios a la Tierra, nuestra bendita casa; y vivir en nosotros y con los otros en paz, trabajando para mejorar mi pequeña parcela de acción personal, es el diminuto grano de arena que aporta cada uno de nosotros.
 

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