Blogia
Esencialmente humano

La custodia del corazón

La custodia del corazón

La custodia del corazón

El mundo posmoderno, con su caudal de individualismo egoísta, su ética indolora y su presunción " de experiencia liberadora de las ataduras de la religión y la moral", ha llegado a nuestra vida. La confusión que ha provocado tiene su reflejo más doloroso en la nueva visualización de la familia, cuyos cambios dramáticos no han sido para bien, sino por el contrario para propiciar su paulatina desaparición. Tal pareciera que en el código genético de la familia posmoderna estuviera escrito que es para abandonarse.

Según las estadísticas, el 64 % de los matrimonios, hoy en día, ya no existe a los cinco años. Cuando las personas que un día hicieron la promesa de caminar juntos hasta envejecer, ya no tienen nada que decirse, y encuentran cómo divertirse sin la compañía del otro, y la soledad de la mutua presencia empieza a hacerse perceptible, se piensa que el camino lógico es que deben separarse, para que cada quien encuentre su forma de realización personal sin estorbarse en su crecimiento. Crecer, como dice el poeta, juntos como cipreses para darse sombra el uno al otro, ya no está en los esquemas de los matrimonios posmodernos. Prefieren competir que compartir, a pesar de las heridas que en el trayecto de su búsqueda existencial se harán, sin importar que en ese proceso otros salgan también heridos.

Porque es relativamente fácil sentarse en un juzgado e iniciar una desgastante cuanto inútil lucha infructífera de obsesiones y debatir sobre propiedades y legados, sobre quién se queda con la casa y los carros y cómo dividirán las ganancias y la pensión que a cada uno le tocará. Es fácil también, aunque sea un poco más doloroso, saber con quien se Irán los hijos, los horarios de visitas y las vacaciones y repartir los fines de semana equitativamente, mientras los acomoden a las necesidades de la pareja, en tanto ellos miran azorados como sus padres rompen una relación de acuerdo a sus propias conveniencias y una vez firmado el papel oficial, rediseñan sus vidas, sin que les importe el daño que en esos pequeños frutos de su amor, quedará grabado indeleblemente por el resto de sus vidas.

Sin embargo, la pregunta más importante queda casi siempre sin respuesta: ¿Quién custodiará el corazón de esos niños? ¿Quién les ayudará a crecer en un mundo hostil sin la labor de ambos padres, que debería ser conjunta pero que ahora se ve dividida por las disímiles inquietudes de uno y de otro, naturales y justificadas en muchos casos, pero en otros debidas al tiempo desperdiciado, los puntos de vista divergentes, pero que no se negocian ya las prioridades que desafortunadamente se esconden en el egoísmo de cada uno?

Casi todos los padres que se separan piensan únicamente en la custodia física de los hijos. Quizás logren ponerse de acuerdo hasta en la escuela donde los enviaran, que no les falte nada en lo material y se afanan, eso sí, porque tengan donde estar, qué comer y qué vestir. Pero pocos se preocupan por alimentar el espíritu de sus hijos, por ayudar a la armonía de su alma y con ello a su crecimiento integral. Los niños se convierten así solamente en una carga con la que hay que cumplir por ley, en una boca que hay que alimentar, alguien a quien sacar a pasear los fines de semana- cuando se pueda- pero en quien no son capaces de adivinar el recelo convertido en resentimiento inexpresable que un día explotará de una manera grotesca. Porque en ellos siempre hará falta la vida en común de sus padres, la visión de una pareja que se ama, la experiencia compartida de esos seres que le dieron la vida, cuando se hablan, planean y caminan juntos, porque así el estará aprendiendo lo que el amor supone como lazo perdurable. Ninguna escuela, ni religión, ni libro, ni curso, podrá jamás enseñar a un niño lo que unos padres amorosos le pueden mostrar a través de su propia cercanía, puesta frente a él por la comunicación sincera y espontánea.

La custodia del corazón sólo puede venir de una familia unida, no de dos padres que no se hablan o que están separados, pues por su propia naturaleza el modelaje encierra la forma más adecuada para que el día de mañana ellos repitan insospechadamente, esa maravillosa conducta.

Alguien escribió alguna vez que bastan unos segundos para abrir una herida en el corazón de un niño, pero que quizá pasaran años para que esa herida logre cicatrizar. Pero las heridas vienen no solo de una separación caprichosa, sino también de la permanencia forzada en una relación, en la que al perderse el respeto, se toleran otras heridas que llegan a ser más dañinas que las causadas por la separación. Por eso, la mejor forma de custodiar ese corazón de cualquier herida, es alimentarlo con el cariño autentico que solo puede transmitirse en una comunidad de amor, donde la pareja, sin que tenga que abdicar de su dignidad y el respeto que como personas merecen, por encima de todo, y por su vocación como tal, pueda gozosamente comunicar ese cariño, viviendo plenamente la promesa de estar unidos, hasta que la muerte los separe.

Rubén Núñez de Cáceres

Para aprender la vida

Un día decidís marcharte... Ya no sentís amor por esa persona. Decidís empezar una nueva vida y si bien los primeros tiempos sentís nostalgia o te invaden los recuerdos de todo aquello que hasta ayer era parte de tu vida preferís mirar hacia adelante tratando de que tu futuro sea mejor que tu pasado.

Sabes que tu partida es dolorosa, que alguien todavía no cortó los lazos que la/lo unían a vos, pero ya no podes dar marcha atrás: La decisión está tomada... Te vas.

Todos debemos aprender a respetar las elecciones de los demás, debemos por sobre todo respetar la libertad del otro. No podemos pretender que si alguien ya no nos ama se quede a nuestro lado solo porque nosotros seguimos amando. No podemos arrodillarnos, suplicar y retener algo que ya se fue, que decidió dejarnos.

Pero ¿y los hijos?... Entiendo que ya no la/lo amas, entiendo también que se terminó... Pero tus hijos si bien pueden llegar a comprenderte esperan que los ames siempre, que no los olvides.

Muchos padres hoy deciden divorciarse y observan que el amor se terminó, que ya no sienten lo que sentían, que la convivencia con esa persona es muy difícil, que ya nada es como era... Y los hijos presencian la ruptura de ese vínculo y en muchos casos ni mamá, ni papá se acercan a explicarles qué pasó.

De pronto una persona deja de vivir con ellos... de acompañarlos, pero si bien falta su presencia en casa, en el día a día, los siguen acompañando de otra manera. Están ahí cuando los necesitan, dicen ¡Presente! cuando ellos desean sus mimos, sus caricias, su aliento y su contención.

Hay padres que se alejan, no solo de su pareja sino también de su descendencia. Estos hijos sufren en silencio, se sienten abandonados, se enferman muchas veces tratando de llamar la atención, claman por un llamado, buscan respuestas que nunca encuentran... y muchas veces hasta sienten culpa porque creen ser el motivo del alejamiento, de la ruptura de la pareja.

Y ahí están esos padres viviendo en libertad. Alimentando su vida de nuevas experiencias, con proyectos para el futuro, disfrutando de aquellas cosas que habían dejado de lado por vivir en familia. De pronto se sienten libres y como las aves vuelan recorriendo nuevos mundos pero con una gran diferencia: no permiten, no quieren, enseñarles a volar con ellos a sus pichones... Los dejan en el nido que muchas veces debe ser cambiado porque quien se queda con ellos no puede sostenerlo.

Padres que se presentan ante la justicia y ofrecen darles a sus hijos pequeñas cuotas de alimentos que en la mayoría de los casos solo alcanzan para que puedan alimentarse un par de días en el mes.

Padres que visitan a sus hijos cuando pueden o cuando quieren. Son estos padres los que dicen "amar a sus hijos" cuando les preguntan qué sienten por ellos. Pero que desconocen sus avances y sus progresos, sus enfermedades, sus gustos y sus berrinches, sus pasiones o sus broncas y por sobre todo desconocen qué sienten.

Pensemos en nuestros hijos, en el daño que podemos hacerles o que les estamos haciendo...

A vos papá, a vos mamá te pido hoy que te dejes de lado por un momento tu preocupación por vos mismo/a. En muchos casos tal vez el ego es tan grande que nos nubla la visión. En muchos casos es tan grande el amor que sentimos por nosotros mismos que creemos estar actuando bien, o tal vez estamos copiando modelos que creemos perfectos porque así los entendimos pero estamos equivocados.

Jorge Bucay nos dice " Tener un hijo es algo maravilloso, pero no es poca cosa, implica una responsabilidad superior, que dura, en forma gradual, enormemente hasta que tiene dos años, prioritariamente hasta que tiene cinco, especialmente hasta que tiene diez, mucho hasta que tiene quince, y bastante hasta que tiene veinticinco. ¿Y después? Después harás de tu vida lo que quieras. Porque la verdad es que no vas a cambiar gran cosa lo que tu hijo sea, piense o diga con lo que hagas" y Jaime Barylko dice:

"El hombre es persona. La persona se define como una amalgama de lo que recibe de la naturaleza, los genes, y de lo que recibe del medio, la moral,

las costumbres, la lengua, el país, la situación política, la situación económica, el clima, el barrio, las lecturas, las películas, los amigos, los maestros... y fundamentalmente, el asumir la libertad y elegir. En última instancia, somos lo que elegimos ser". Somos lo que elegimos ser. Ser un buen padre depende de esa elección.

"-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

-El tiempo que perdí por mi rosa... dijo el principito, a fin de acordarse.

-Los hombres han olvidado esta verdad- dijo el zorro- Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable de tu rosa".

0 comentarios